“La leche me sienta mal”. Seguro que has oído esta frase en boca de muchos o incluso tú mismo la has repetido en más de una ocasión. Pero, ¿sabes cuál es la causa? Es posible que la razón sea la intolerancia a la lactosa.
Síntomas de intolerancia a la lactosa
La intolerancia a la lactosa es la incapacidad de digerir la lactosa, el azúcar presente de forma natural en los lácteos. Este azúcar (disacárido) se compone a su vez de dos unidades más sencillas o monosacáridos: la glucosa y la galactosa. Las personas que sí toleran la lactosa descomponen este disacárido eficazmente gracias a una enzima llamada lactasa, para permitir su posterior absorción en el intestino delgado. Sin embargo, aquellas personas que carecen total o parcialmente de esta enzima no logran digerir la lactosa de manera adecuada.
La intolerancia a la lactosa tiene síntomas que pueden manifestarse después de consumir leche, sus derivados (yogures, quesos…) o productos que contengan lactosa entre sus ingredientes, una práctica común en la industria alimentaria dadas sus múltiples aplicaciones.
Algunos de los síntomas más comunes incluyen:
- Malestar abdominal: Experimentar cólicos, dolor o incluso hinchazón en la zona del abdomen tras ingerir alimentos con lactosa.
- Diarrea: Presentar heces acuosas o blandas, evacuando tres o más veces en un día, después de consumir lácteos. Esto es debido a que la alta concentración de lactosa no digerida aumenta la presión osmótica y el líquido pasa al interior del intestino resultando unas heces más acuosas.
- Gases: Tener exceso de gases, distensión abdominal o flatulencia, provocados por la fermentación de la lactosa no digerida en el intestino delgado por parte de las bacterias del colon.
- Náuseas o vómitos: Tener náuseas e incluso vómitos después de ingerir alimentos con lactosa, sería otro de los síntomas de la intolerancia a la lactosa más comunes.
Sin embargo, es importante recalcar que estos síntomas son transitorios, cuya duración normalmente no se extiende más allá del propio día de la toma, y tampoco se producirán daños a nivel del tracto gastrointestinal a largo plazo, como sí sería el caso de la celiaquía, por ejemplo.
Además, ciertos derivados lácteos fermentados como el yogur o el queso contienen menos cantidades de lactosa (concretamente, entre un 20% y un 30% menos que la leche), ya que esta es fermentada por las bacterias que se añaden en su fabricación, y por lo tanto son alimentos mejor tolerados por los intolerantes a la lactosa, siempre dependiendo del grado de tolerancia individual.
¿A qué se debe la intolerancia a la lactosa?
Los lactantes, con el fin de poder digerir adecuadamente la leche materna, sintetizan altos niveles de enzima lactasa en las vellosidades del intestino delgado. No obstante, en los mamíferos, incluidos los humanos, a partir de los 3 años se produce un descenso paulatino en la síntesis de esta enzima.
Sin embargo, gracias a siglos de evolución, una adaptación genética en aquellas poblaciones que comenzaron a domesticar el ganado y consumir leche y sus derivados durante la edad adulta, permitió que se secretara lactasa más allá del período de lactancia, siendo capaces de metabolizar adecuadamente este azúcar a lo largo de toda su vida.
Estas poblaciones, tolerantes a la lactosa, se localizaban principalmente en el noroeste de Europa. Por esto, grupos étnicos como las personas con ascendencia asiática o africana, son normalmente intolerantes a la lactosa. En la actualidad, se estima que alrededor de un 15% de la población mundial presenta intolerancia primaria a la lactosa.
Además, hay que tener en cuenta que la intolerancia a la lactosa también puede ser secundaria, o lo que es lo mismo, ser causada a consecuencia de lesiones o patologías en el intestino delgado. Al remitir la patología, normalmente se recupera la síntesis de lactasa, por lo que a menudo su carácter suele ser transitorio.
Por último, la intolerancia a la lactosa puede ser de origen congénito o heredada, aunque este tipo es muy poco común, debido a una alteración en el gen que produce la enzima lactasa, y por lo tanto se presenta ya desde el nacimiento.
Diferencias entre la intolerancia a la lactosa y la alergia a la leche
A menudo se confunden la intolerancia a la lactosa y la mal nombrada alergia a la lactosa o a la leche, pero esta última en realidad no existe.
Cuando se habla de “alergia a la leche”, no se hace con precisión, pues realmente no es alergia a la lactosa ni a la leche en sí, sino a una o varias proteínas específicas que contiene la leche de vaca y, por lo tanto, la denominación correcta sería “alergia a la proteína de la leche de vaca” (APLV).
La intolerancia a lactosa, como se ha visto a lo largo del post, es la incapacidad de digerir el azúcar de la leche, y nada tiene que ver con la APLV, que es una alergia alimentaria, por la cual, el sistema inmunitario del individuo reacciona de manera exagerada a una o más proteínas presentes en la leche.
Mientras que la intolerancia a la lactosa y sus síntomas son más comunes en la población adulta, la APLV se presenta normalmente en bebés y niños pequeños y es una de las alergias alimentarias más comunes en edad pediátrica.
Además, los síntomas de la alergia a la proteína de la leche de vaca son muy distintos a los de la intolerancia a la lactosa, por ejemplo:
- Cólicos del lactante
- Diarrea, vómitos y sangrado en heces
- Erupción cutánea y eccema
- Problemas respiratorios graves
- Anafilaxia
Los intolerantes a la lactosa sí pueden consumir lácteos siempre y cuando sean deslactosados, como la leche sin lactosa, e incluso, según el nivel de tolerancia, podrían consumir pequeñas cantidades de lácteos como el yogur o el queso sin presentar síntomas. Mientras que los alérgicos a la proteína de la leche de vaca deben excluir de la dieta todo tipo de lácteos y sustituirlos por bebidas vegetales, por ejemplo. Por tanto, no se debe hablar de alergia a la lactosa, sino de alergia a la proteína de la leche de vaca.
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