La leche ha sido reconocida como un alimento completo cuyo consumo aumenta los niveles de numerosos nutrientes como minerales, vitaminas y proteínas de alto valor biológico.
A pesar de su enorme importancia nutricional, y de jugar un papel esencial en el desarrollo de las propiedades físicas y organolépticas de los productos lácteos, la grasa láctea quizás sea el componente más infravalorado de los lácteos.
El contenido en ácidos grasos saturados de los lácteos ha sido indiscriminadamente utilizado como argumento para relacionar su ingesta con una mayor incidencia de obesidad, diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. De hecho, se insiste en recomendar el consumo preferente de productos lácteos con reducido contenido en grasa.
Sin embargo, los estudios científicos más recientes sugieren que no existen evidencias contrastadas que justifiquen mantener tales recomendaciones en individuos sanos. Se ha demostrado que la grasa láctea constituye una fuente natural de compuestos bioactivos (ácido butírico, ácido linoleico conjugado (CLA), fosfolípidos y esfingolípidos) cuyo beneficio potencial sobre la salud humana está relacionado con la prevención de enfermedades crónicas y el mantenimiento de la salud.
La conclusión de numerosos estudios epidemiológicos es que no hay evidencias científicas concluyentes que relacionen la ingesta de grasa de los lácteos, y riesgos cardiovasculares en personas sanas.