La intolerancia a la lactosa tiene una prevalencia en todo el mundo, que varía entre el 57% y el 65%. Esta intolerancia a la lactosa se produce por una reducción o pérdida de la actividad de la enzima intestinal lactasa, responsable de la digestión de la lactosa.
La lactosa es la principal fuente de hidratos de carbono de la leche. Está formada por dos moléculas más sencillas, unidas entre sí, que son la glucosa y la galactosa. Para poder ser absorbida por el organismo es necesaria la acción de una enzima llamada lactasa, que se encuentra en las células del intestino delgado (los enterocitos) y que divide la lactosa en sus componentes (glucosa y galactosa).
El diagnóstico de la intolerancia es fundamental
Cuando falta la enzima lactasa de manera total o parcial, la lactosa no se absorbe y se acumula en el intestino, lo que genera síntomas como: dolor abdominal, diarrea y flatulencia. Además de estos síntomas, se demostró que las personas con intolerancia a la lactosa tienen un mayor riesgo de desarrollar diversas enfermedades intestinales. El diagnóstico es fundamental para emprender un tratamiento adecuado.
Los síntomas se resuelven al sustituir los lácteos no fermentados de la dieta, por alternativas sin lactosa. Si no quieres renunciar al sabor y propiedades nutritivas de la leche, desde hace años puedes encontrar en el mercado productos cuya lactosa se ha eliminado o hidrolizado previamente de forma parcial o total. Entre toda esta gama de lácteos sin lactosa existen leche sin lactosa, quesos sin lactosa , yogures, natas o mantequillas sin lactosa.